viernes, 25 de octubre de 2013

Alcornoque Dehesa Boyal Belvis de Monroy

Alcornoque Dehesa Boyal Belvis de Monroy


 Tengo una historia de amor y odio con Extremadura. La palabra Extremadura lo dice todo. Extrema y dura. A fe mía que lo es, sobre todo porque la naturaleza es tan intensa que puede contigo día a día, y cuando crees que la tienes controlada, al menos en entornos pequeños te manda un recado y te deja en tu sitio. Una de las cosas que más me ha llenado en mi vida ha sido cambiar mis entornos próximos mejorándolos en cuanto a su medio natural se refería.

Estoy vinculado a una pequeña finca en el corazón más seco de la provincia de Cáceres, en un valle entre dos grandes formaciones montañosas, la Sierra de Gredos con su majestuoso Valle de Tietar y la Sierra de Guadalupe, insigne ejemplo de castañares y pinares profundos.

Estas montañas magnificas paran las lluvias, y la pluviometría, aunque no escasa, si es verdaderamente estacional, manteniendo el valle muy seco durante varios meses al año. En un esfuerzo titánico plantamos miles de  encinas y alcornoques, por que sabíamos según los escritos de hace más de un siglo que en esta tierra precaria existía un bosque pleno mediterráneo.

Cerca de estas tierras existen otras fincas no masacradas que están llenas de grandes encinas y alcornoques, como el ejemplar de la fotografía, aledaño a estas tierras y de tamaños significativos. Da pena ver que no están bien cuidados y no sé cuanto tiempo nos durarán.

Años de sequías largas y traicioneras, así como poca ayuda de las gentes de estos pueblos que tienden a destrozar y no a mejorar sus tierras, han dado a veces con mi ánimo en el suelo, aunque cada vez que veo que una encina sigue su buen curso, aunque lento o prácticamente detenido en el tiempo, mi euforia aparece y me doy cuenta que mi espacio temporal es totalmente diferente al de estos seres

Espero que cuando pasen siglos, en estas tierras que decimos nuestras aunque realmente somos nosotros los que pertenecemos a ellas, nuestros pequeños árboles se conviertan en grandes y singulares ejemplares  y espero y deseo  que alguien que ostente amor y vocación  hacia estos seres, escriba algo parecido a lo que yo he escrito sobre otros de ellos en estas líneas.

Quizás, este libro sirva como homenaje a las personas que hace siglos plantaron, protegieron o mimaron estas maravillas. Gracias a todos ellos por su sabiduría.

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