lunes, 21 de octubre de 2013

Álamo negro. Zarzalejo, Madrid

Álamo negro. Zarzalejo, Madrid (Chopo)

En esta página del blog, me gustaría intentar enlazar y explicar, el encuentro del chopo que aparece en la fotografía, con la filosofía del amor por lo natural, que ha inspirado, no solo a la antigua sociedad japonesa que encumbró estos pensamientos a niveles de altura y belleza increíbles, sino también con muchas otras culturas ancestrales 
Nos hemos acostumbrado a necesitar un sinfín de cosas materiales, que en el mejor de los casos, se sustituyen en unos años de forma frenética, y en el peor de los mismos, no nos duran ni siquiera unos días, al ser sustituidos por otras necesidades u objetos que tapan las anteriores.
Pero no es difícil con un poco de sentido común, llegar a darse cuenta, de la falta de verdadero fondo que tiene esto, ya que nunca conseguimos llenarnos de estas cosas, ya que siempre, hay algo más a obtener. Cuando nos empezamos a dar cuenta de que no necesitamos esas cosas, las mismas llegan antes, las valoramos más y nunca nos sentimos mal por no conseguirlas. Quizás sea la apreciación de lo hoy en día llamado inútil, lo que nos hace alcanzar y llenar de satisfacción nuestros corazones. Situaciones como las de empezar a mirar a nuestro alrededor, pasear por el campo, observando a la naturaleza en su esplendor, así como la apreciación del crecimiento de los árboles, los cambios de colores y el movimiento continuo de la vida, nos llegan a hacer felices. Y es curioso que sea con algo gratis. Ver a tus hijos disfrutar y reír por subirse a unos árboles centenarios, saltar desde cuatro metros y querer volverse a subir, no tiene precio. Podemos tener grandes bienes materiales, pero sin la apreciación de las cosas internas de la vida no valen de nada. 
Dice la filosofía japonesa zen, que cuanto más vacío estás, cuanto más cosas dejas, más llenas tienes las manos. Cuando nos empeñamos en encontrar cosas, buscar desenfrenadamente cosas materiales, para muchas veces aparentar, e intentamos atrapar la vida entre las manos, esta se escapa y la perdemos. Sin embargo si dejamos que la vida te atrape, y consigues ser parte de ella, no como dueño, sino como parte del equilibrio del conjunto, sin hacer uso de ella, sino disfrutándola, llegas a la perfección espiritual, que te llena y te bendice.
Al dejar el deseo atrás, nos sentimos unidos a la fuerza del universo.
Dice esta filosofía que cuando llegas a la cumbre de la montaña, debes seguir hacia adelante para desprenderte de ti mismo. En ese momento pasas a formar parte de la montaña, se paraliza el apego por las cosas y los deseos intensos, descubrimos las cosas que no podíamos ver y ya somos parte de la naturaleza pura. Con esta sensación disfrutamos lo que la vida nos deja ver y tocar, y desarrollamos sentimientos que aunque antes estaban a menos de un metro, no podíamos disfrutar.
Alguien me preguntó un día como deberíamos observar los árboles. La respuesta es sencilla. No veas árboles. Mira un solo árbol como individuo, atrapa lo que te puede llegar a llenar y ofrecer. Luego observa otro. Cuando hayas conseguido individualizar las cosas que te rodean, podrás ver el conjunto en armonía y perfección y verás un cuadro totalmente diferente, lleno de vida y sensaciones.
Este chopo lo vi cuando no iba a verlo y no vi el castaño que iba a ver. Pero me pudo sorprender tanto como el objetivo no encontrado. Eso es la individualidad del conjunto, la búsqueda de lo bello y el encuentro con sensaciones no esperadas.

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